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"Principios de Cambio, Transición y Conquista"


Josué fue uno de los dos líderes más importantes del proceso inicial de la fundación del estado hebreo, del estado judío. Hasta el momento previo al cruce del río Jordán y la toma y establecimiento definitivo en la tierra prometida, Israel solo había sido un pueblo nómada, peregrino, un pueblo advenedizo en busca de la conquista de un territorio. Dios le había encargado a Moisés una misión que implicaba tres tareas fundamentales: a) animar, conquistar y motivar al pueblo esclavizado en Egipto en torno al propósito divino y prepararlo para el éxodo definitivo; b) organizar al pueblo espiritual y jurídicamente por medio de la Torah, los 613 mandamientos que conforman la Ley de Dios, vigentes hasta hoy, como la base de dicho propósito; y c) conquistar la tierra prometida, establecer la división político-territorial y entregar la tierra al pueblo representado en las 12 tribus, para cumplir permanentemente el propósito: Adorar a Dios como su Rey y Señor, servirle y vivir plenamente en libertad y reposo.

Las dos primeras tareas de la misión, a y b, Moisés las cumplió plena y cabalmente; pero Dios le impidió cumplir cabalmente con la tercera, por razones que Él mismo le expuso a Moisés, las cuales están registradas en la parte final del libro de Deuteronomio. En su lugar, le encargó preparar a Josué, quien le había asistido fiel y efectivamente durante su gestión, para que fuese este joven el responsable de cumplir totalmente con la tercera tarea: introducir al pueblo en la tierra y establecerlos definitivamente como nación. Es allí, en el lado este del Jordán, cuando Josué inicia la gestión de lo que fue el gran reto de su vida: Vivir la transición de pasar de ser el asistente de Moisés, para convertirse en el líder del pueblo hebreo y conducirlo en la conquista del territorio que Dios les había otorgado.

Sobre este proceso de transición y conquista trata el tema del que nos ocuparemos.

Debemos tomar en cuenta en primer lugar, que el cambio es una característica permanente y constante en el Reino de Dios. Dios nunca cambia, pero Él es creativo, innovador y emprendedor y por eso está realizando cambios constantes en la vida de sus hijos. De tal manera que el cambio es un hecho ineludible en nuestras vidas. Y todo cambio produce dos cosas elementales: transición y crisis. Ambas van de la mano, sin embargo, en la medida que transicionemos, del mismo modo venceremos la crisis. Quien no transiciona se queda permanentemente en la crisis y quien vive en crisis no puede aportar a la vida de otros; solo subsiste en sí mismo para sobrevivir. Es necesario transicionar para trascender y poder elevarnos a la dimensión que el propósito del Eterno nos exige.

Tomaremos el ejemplo de dos personajes bíblicos importantísimos: Moisés y Josué, para abordar este importante tema: “Principios de Cambio, Transición y Conquista”

SIETE PRINCIPIOS DE CAMBIO, TRANSICIÓN Y CONQUISTA

1. Primer principio. La transición comienza con la investidura espiritual para el oficio (Números 11:24-30)

Mucho antes de que Dios llame a uno de sus hijos para cumplir una labor ministerial, para cumplir su propósito, inicia en él un proceso de transformación. Todo aquél que es llamado entra en una transición, y esta puede ser lenta y paulatina, o puede ser vertiginosa y acelerada. Lo importante es conocer que toda transición divina para el cumplimiento del propósito se inicia con la transformación espiritual. Josué fue escogido por Moisés como su asistente a pesar de ser muy joven. En el pasaje de número 11 se narra que él estaba presente cuando los setenta ancianos fueron investidos con el espíritu pastoral de Moisés para asumir con él la responsabilidad de llevar la carga del pueblo. Todos los presentes en el tabernáculo profetizaron y entre ellos, estaba Josué. Este acontecimiento ocurrió al inicio del peregrinaje por el desierto, lo que implica que Josué era solo un joven.

Es probable que este asistente escogido por el mismo Moisés, haya nacido durante el primer año del peregrinaje o era solo un niño con menos de diez años cuando cruzaron el mar Rojo. Lo que es cierto y afirmativo, es que era muy joven para el momento de los sucesos registrados en el onceavo capítulo de Números y que mucho antes de eso, ya Moisés lo había adoptado y apadrinado como su mentor ministerial y le había otorgado la responsabilidad de trabajar como su asistente. Ahora, en este momento, Josué recibe la investidura espiritual necesaria y se le imparte el “espíritu de Moisés”, lo que se traduce como el espíritu pastoral para sobrellevar con su padre espiritual la carga del pueblo y juntamente con los ancianos escogidos, profetiza en el tabernáculo. Es significativo este hecho, ya que marca el espíritu diligente de Josué y su enfoque para estar en el lugar correcto en el momento indicado. Aunque no formaba parte de los setenta ancianos escogidos, también profetizó y recibió la impartición. Allí comenzó la transición para este joven líder, con la investidura espiritual para pastorear al pueblo hebreo.

2. Segundo principio. La transición forma el carácter (Números 13:8,16)

Dios está mucho más interesado en nuestro crecimiento que en nuestra satisfacción personal. Nuestro crecimiento integral como hijos de Dios depende de la forjación de nuestro carácter y para ello es importantísimo definir quién tiene la preeminencia en nuestra vida. En el verso 8 del pasaje se señala que el nombre inicial de Josué era Oseas. Oseas significa “salvación” y ese nombre estaba alineado a la vocación ministerial de este joven. Sin embargo, el propósito de Dios en la vida de Josué requería que Él comprendiese que no era con sus fuerzas que libraría las batallas que le aguardaban en su futuro, sino que el Padre Todopoderoso era quien pelearía por él.

En este sentido, el nombre inicial de Josué carecía de coherencia con respecto a la estructura de pensamiento que él debía crear en su nueva vida, así que su mentor decide unilateralmente, cambiarle el nombre y le coloca Josué, cuyo significado es “Jehová es salvación”. Ahora bien, no se trataba meramente de un cambio cosmético. Este nuevo nombre sí encajaba en el enfoque que Josué debía tener para garantizar las victorias en todo lo que le sobrevendría. Acá estamos refiriéndonos con el cambio de nombre, al forjamiento del carácter en la vida de Josué. El cambio de nombre implicaba el cambio en cuanto a la perspectiva que Josué tendría de sí mismo. Se trataba de un cambio de vida, de pensamiento, de acciones, de prioridades, de ocupación, de palabras, de conducta, de actitud. No era un cambio de nombre simplemente, implicaba que Josué debía desplazarse en línea a su nuevo nombre y honrar a aquél con cuyo nombre se había ligado y esto, definitivamente, implicaba el forjamiento del carácter en la vida de Josué. La transición forma el carácter y adecúa integralmente a la persona para el desarrollo del propósito que Dios le asigna.

3. Tercer principio. La transición produce transferencia de unción y autoridad delegada (Números 27:18-21)

Dios había determinado que Josué continuaría con el desarrollo de la visión que Él comenzó con Moisés y había llegado el momento de realizar la transferencia oficial de mando para el cumplimiento del propósito. En este sentido, podríamos decir que el Padre es muy protocolar. Para el Padre es de suma importancia tanto la legalidad como la legitimidad en el encargo de la tarea ministerial, de allí que, la oficialidad del acto de transferencia de mando y autoridad Él ordena que sea una ceremonia pública y notoria, en presencia de todos los involucrados. Aunque el llamado de Moisés y el encargo de su tarea ministerial fue un acto privado y solitario en el desierto, no obstante, el acto de legitimación y confirmación de que Dios le había encargado tal propósito fue público y notorio, legalizado ante todo el pueblo y legitimado indubitablemente ante faraón.

Dios no llama a nadie “en secreto” y en el supuesto caso de que así ocurra con alguien, Él confirma el llamado notoria y públicamente en presencia de todos los involucrados, ya que están en juego dos elementos fundamentales del oficio ministerial, como son: La Transferencia de Unción y la Delegación de Autoridad. En el verso 18 de Números 27 el Padre le ordena a Moisés que le transfiera la unción que reposa sobre él a Josué y él le impuso sus manos y acto seguido, como dice el verso siguiente, lo presentó ante el pueblo y ante el sacerdote Eleazar como el Dirigente, delegando en el nuevo líder toda la autoridad que reposaba hasta entonces en él. La transición produce Transferencia de Unción y Delegación de Autoridad para el desempeño del oficio ministerial.

Hasta entonces, podríamos decir que el nuevo líder estaba completo para cumplir con el propósito divino: 1) se le había impartido el espíritu pastoral; 2) había sido procesado para forjar su carácter y alcanzar el perfil espiritual requerido; y 3) se le había hecho transferencia de unción y delegación de autoridad pública y notoriamente. Hasta este punto, Josué estaba listo para la acción… Pero el Padre siempre va más allá de lo que solemos ir nosotros y esto nos lleva al siguiente principio.

4. Cuarto principio. La transición mata el apego para romper con el pasado (Josué 1:1,2)

Una vez realizada la transferencia de mando, Dios cierra trato con Moisés, termina asuntos con él y lo lleva a otra dimensión. Ahora, abre una nueva rueda de negocios del Reino con Josué directamente. Hay un principio de honra ministerial que el Padre conserva perennemente y que vale la pena resaltar en este momento: Dios no mantiene dos líneas de mando paralelas. En la guerra contra Amalec, como se registra en Ex. 17:8-13, Moisés había encargado a Josué para que fuese al frente y dirigiese al ejército hebreo; así que mientras Josué estaba en la batalla, Moisés intercedía por sus guerreros con el apoyo de Aarón y Hur. Pero Dios le dice a Moisés: “Dile a Josué que yo destruiré perpetuamente a Amalec…”. El Padre pudo haberlo dicho directamente a Josué que estaba en batalla, pero lo dijo a su principal autoridad espiritual, que era Moisés. Dios no mantiene dos líneas de mando paralelas. Él tenía un mensaje específico para Josué y esto indica que también respaldaba la decisión de Moises en cuanto a la tarea que le había asignado a su asistente y discípulo. Sin embargo, por respeto al mismo Moisés y como enseñanza a Josué para que respetara y conservara el principio de autoridad delegada, el Padre le da el mensaje a Moisés para que fuese este quien se lo participara a Josué. Por esa razón y para conservar el orden en la línea de mando, Dios cerró primero sus asuntos con Moisés y luego estableció una nueva línea de mando con Josué.

Pero el primer encuentro que el Todopoderoso tuvo con su nuevo líder no se trató de una experiencia emocionalmente agradable, confortante y alentadora. Él simplemente, sin preparativos previos ni agasajos de bienvenida, dirige sus primeras palabras a Josué. Pero no lo llevó a una fiesta, sino a un sepelio. Le dijo: “Mi siervo Moisés ha muerto”. No era una noticia alentadora, pero se trataba de algo que ya Josué conocía. Josué sabía que Moisés había muerto. El penúltimo capítulo de Deuteronomio registra que el pueblo de Israel lloró a Moisés durante un mes entero. Fueron treinta días de lloro y lamento. Pero más allá del luto, a Dios le interesa que enterremos el apego y Josué había vivido muy apegado a su mentor Moisés. Pudiesen sonar muy duras las palabras del Altísimo para alguien que apenas iniciaba con el acontecimiento histórico más importante, en el devenir político de lo que hoy es el Estado Judío: “ocupar por primera vez la tierra que ostentan”.

Pero justamente, debido al altísimo grado de trascendencia que involucraba este hecho, Dios requería que Josué se deslastrase de cualquier partícula sentimental, emocional y almática que quebrara su carácter y pusiese en riesgo la encomiable tarea. En realidad, aquí lo fundamental no era la muerte de Moisés pues, en el sentido estricto de la palabra, él no murió, ya que lo vemos en el monte de la transfiguración conjuntamente con Elías y Jesús. Se hace referencia a él en varias profecías y se cree que él y Elías, por las características referidas, son los dos testigos de los que habla el libro de Apocalipsis. Lo que Dios desea acá que Josué comprenda no es que Moisés ha muerto, sino que debe morir su dependencia de él. Después de 40 años frente al pueblo, la vida de Josué estaba totalmente ligada a la vida de su mentor y padre espiritual; pero él había trascendido a otra dimensión y Josué acababa de ser promovido en su lugar y para ello necesitaba igualmente trascender. La transición mata el apego para que rompamos con el pasado y sigamos adelante.

5. Quinto principio. La transición obliga a dar el “salto de fe”: “Pasar al otro lado” (Abar) Josué 3:1-7.

Lo que el joven pueblo estaba a punto de realizar implicaba un paso gigantesco hacia el cambio, el primero y más importante de sus vidas, que marcaría el inicio de una nueva etapa. Todo el pueblo liderado ahora por Josué era una nueva generación nacida durante el peregrinaje en el desierto. Los padres de ellos habían muerto, quedaron postrados durante el peregrinaje debido a su incredulidad y testarudez, porque nunca creyeron ni se consideraron dignos de la nueva vida que Dios les ofreció y en consecuencia, jamás asumieron el reto de conquistar su propio futuro.

Ahora, correspondía a Josué dirigir a sus contemporáneos en este emprendimiento, para establecerse de manera definitiva en la tierra que estaba a punto de conquistar. Pero ellos debían comprender lo trascendental del paso que darían. Se trataba de dar un salto hacia el futuro; un paso hacia una vida radicalmente distinta y diferente y ello requería de coraje, determinación, convicción, decisión y acción. No podían amilanarse una vez iniciada la travesía, pues tendrían el mismo resultado de sus padres: morirían en el intento, o lo que es peor, sin haberlo intentado. Y para garantizar un resultado óptimo, el esperado, debían restablecer el orden de prioridades en sus vidas. Sus padres jamás creyeron lo que Dios les ofreció por medio de Moisés, por eso antepusieron sus necesidades al propósito y fallecieron en el camino. Ellos ahora, debían “pasar al otro lado” (Abar) y actuar de manera distinta, sin anteponerse al Todopoderoso ni elevar sus necesidades ni condición a una posición preeminente. Abar significa “pasar al otro lado”, elevarse a otra dimensión, subir de nivel, trascender. Representa moverse a ejecutar y realizar algo que jamás se ha hecho, bajo la dirección divina y contra todo pronóstico o ley humana, por muy adversa que esta sea. Fue justo lo que hizo Abram al “salir de su tierra y parentela”.

La partícula de Abar (Ibri) es el sustantivo de donde nace el nombre Heber, descendiente de noé y el padre de Sem, raíz de todos los pueblos semitas, de donde proviene Abraham. Al pueblo semita se lo conocía como los que “pasaron del otro lado”. En esencia, los descendientes de Jacob, el pueblo hebreo, poseían en sus genes la esencia del llamado de Dios a Abram y la naturaleza de trascebder, es decir, “pasar al otro lado”.

En este sentido, los oficiales exhortaron al pueblo al momento de iniciar la travesía diciendo: “… En cuanto veáis “pasar” el arca del Señor llevada por los sacerdotes levitas, “salid de donde estéis y seguidla”. Así sabréis por dónde tenéis que ir, porque ninguno de vosotros ha pasado antes por ese camino. Pero no os acerquéis al arca, sino quedaos siempre detrás de ella, como a un kilómetro de distancia.” (3:3,4). El principio de conquista en el Reino de Dios establece que Dios es primero y toda conquista y triunfo le pertenecen, solo disfrutamos lo que Él ya ha conquistado para nosotros. El va delante de nosotros y solo debemos disponernos a pasar al otro lado.

Por otra parte, Dios no nos socorre por lástima o por compadecerse de nosotros. Cuando nos provee en medio de la escasez no lo hace para que saciemos nuestra hambre, simplemente, sino para que entendamos que nuestra dependencia de Él debe ser absoluta. Cuando nos libra en medio del peligro no es para evitarnos el dolor o la muerte, sino para que comprendamos la dimensión de su protección, que está por encima de cualquier fuerza que opere en este mundo. Es por ello, que el principal factor de éxito en cualquier cosa que emprendamos es darle la preeminencia en nuestras vidas a nuestro Padre en todo, para todo y por todo.

6. Sexto principio: La transición conlleva a levantar al Padre en nuestras vidas para que lidere cualquier emprendimiento (3:5-15)

“Y Josué les dijo: “Purificaos, porque mañana veréis al Señor hacer milagros.” A los sacerdotes les dijo: “Tomad el arca del pacto y cruzad el río delante de la gente.” Los sacerdotes tomaron el arca del pacto y pasaron delante de la gente. Entonces el Señor dijo a Josué: “A partir de hoy te haré cada vez más importante a los ojos de los israelitas. Así verán que yo estoy contigo como estuve con Moisés. Tú, por tu parte, ordena a los sacerdotes que llevan el arca del pacto que, cuando lleguen a la orilla del Jordán, se paren dentro del río. Esta será la prueba de que el Dios viviente está en medio de vosotros, y de que a vuestro paso él irá barriendo a los cananeos, los hititas, los heveos, los ferezeos, los gergeseos, los amorreos y los jebuseos. Entonces Josué dijo a los israelitas: “Venid y escuchad lo que dice el Señor vuestro Dios. Mirad, el arca del pacto del Señor de toda la tierra va a cruzar el Jordán delante de vosotros. Por eso, escoged ahora doce hombres, uno de cada una de las doce tribus de Israel. Cuando los sacerdotes que llevan el arca del Señor de toda la tierra metan los pies en el agua, el río se dividirá en dos partes, y el agua que viene de arriba dejará de correr y se detendrá como formando un embalse”.

El Padre desea que entendamos que cumplir su propósito nos garantiza la victoria y esto debe liberarnos o deslastrarnos de cualquier pensamiento de autosuficiencia. Cumplir el propósito implica librar una batalla que ya está ganada, lo que significa que como soldados no debemos atribuirnos el éxito, sino reconocer que la victoria le pertenece a Dios y alabarlo y honrarlo por ello en nuestras vidas y delante de los demás pueblos.

Este era el objeto de erigir una gruta con doce piedras representativas en medio del campamento y en medio del río. Cada piedra atestiguaría y sería un recordatorio indubitable y perenne de lo que Dios había hecho. Se trataba de un milagro anticipado que serviría como perpetuo testimonio para todas sus generaciones.

Todos los que cruzaron no solo observaron la manifestación del poder de Dios cuando los sacerdotes mojaron sus pies en la orilla oriental del Jordán, sino que presenciaron cuando las aguas se detuvieron en un bloque en la región de Adam, y el resto de las aguas continuó corriendo hacia el Mar Muerto hasta que se acabaron, lo cual permitió a los sacerdotes pasar en seco con el Arca del Pacto, detenerse en medio de la cuenca mientras que el pueblo pasaba y los príncipes recogían las doce piedras. Y una vez terminado, todo el pueblo pasó al otro lado y los príncipes llevaron las piedras al lado occidental; Josué erigió un altar con doce piedras en medio del río, mientras los sacerdotes permanecían en el centro con el Arca. Una vez que todo el pueblo cruzó y los sacerdotes salieron de en medio del río, marcharon todos y Josué erigió el otro altar de testimonio en Gilgal con las doce piedras extraídas del río.

Es necesario que entendamos que la garantía de éxito en cualquier emprendimiento es erigir el altar “al otro lado” y “en medio del río”, como testimonio anticipado y permanente de la gloria del Padre, a quien debemos atribuirle todo logro en nuestras vidas porque “El va delante de nosotros”.

7. Séptimo principio: La transición nos lleva a la consagración y al enfoque (5:1-10)

Hasta este momento, todo estaba dado para iniciar la conquista de la tierra. Moisés había quedado atrás, Josué ya estaba preparado, había transicionado, era un nuevo hombre y ahora su relación con el Padre era directa. Su nuevo carácter lo había llevado a pasar al otro lado, conduciendo al pueblo desde la ribera oriental del Jordán hasta la ribera occidental. Reconociendo al Todopoderoso por encima de todo lo que existe y haciendo honor a su nombre, él había erigido dos altares, dos monumentos, en conmemoración de la Salvación que Dios les había dado, dejando como testimonio la gruta de doce piedras en medio del Jordán y levantando otra en Gilgal. Ahora, solo restaba alinear al pueblo para la batalla y tomar la tierra. Al frente estaban los expertos en guerra, sus hermanos que ya habían conquistado su territorio (Rubén, Gad y la media tribu de Manasés), estaban preparados y ya dispuestos para conquistar la primera parte de la tierra.

Pero el Todopoderoso llamó a Josué y le dijo que debía circuncidar al pueblo. Este acto nos permite reflexionar sobre la mayor y principal conquista que podemos alcanzar los seres humanos: la conquista de nosotros mismos. Estas personas que cruzaron el Jordán era una nueva generación. No tenía experiencia militar, ni conocían el poder de Dios al grado que lo conocieron sus padres desde Egipto, al cruzar el mar Rojo y durante los cuarenta años de peregrinación en el desierto. En este momento, ellos se estaban convirtiendo en los protagonistas de sus propias vidas, pero era necesario definir lo primordial: enfocarse y consagrarse al Todopoderoso como la principal acción, antes de cualquier emprendimiento.

Es posible que podamos realizar muchas conquistas a lo largo de nuestra vida, pero la mayor y más importante de todas es la autoconquista, la conquista de nosotros mismos. Dios le dijo a Josué que circuncidara al pueblo, ya que esta generación había nacido durante la peregrinación y no habían sido circuncidados. Esto por supuesto, implicó que Josué les explicara la razón de este ceremonial y que ellos comprendieran la importancia de la consagración, de entregar de forma sincera, total y definitiva nuestra vida y nuestros intereses al Padre y darle voluntariamente a Él el primer lugar en nosotros. Esto es lo que representaba para ellos este acto de circuncisión. Implicaba la renovación del pacto que Dios sostuvo con el patriarca Abraham y la señal de la circuncisión era la muestra de la rendición del pueblo a los designios del Todopoderoso. Pero en esta ocasión el Padre introduce un tercer elemento significante en el acto de la circuncisión: romper con el oprobio de la esclavitud. La libertad no es un hecho físico, sino espiritual.

Durante más de cuatro siglos las generaciones de las familias hebreas padecieron bajo el yugo de la esclavitud egipcia y era necesario que esta generación de hebreos fundadores del primer estado judío, rompiesen con la maldición de la esclavitud que sus ancestros mantuvieron durante más de cuatro generaciones. Dios abre una nueva historia con nosotros, una vez que nos disponemos a conssagrarnos y entregar nuestras vidas a Él, pero también ronpe cualquier vínculo con el pasado, para limpiarnos de todo vestigio de maldición, oprobio y falta de dignidad.

Una vez que sanaron, celebraron la pascua, conmemorando cómo Dios los había librado del ángel de la muerte en Egipto, mediante la redención por sangre, y cómo los había sacado de ese antro de esclavitud con mano poderosa para traerlos a la tierra que les había prometido. En este momento, celebrar la pascua en la tierra que ya pisaban sus pies, tenía un grandísimo significado para ellos, ya que justo en este instante estaban viviendo la profecía. La palabra dada a Abraham, confirmada en Isaac y ratificada a Jacob se había convertido en una realidad en sus vidas y ahora, frente a sus propios ojos, estaban viviendo su sueño. Y como garantía de que efectivamente aquella tierra fluía leche y miel, al siguiente día de haber celebrado la pascua, comenzaron a disfrutar de los productos del país, a comer de los frutos de la tierra e inmediatamente, cesó el maná.

Esta era otra muestra de la bondad y la misericordia divinas. Durante cuarenta años estuvieron viviendo de milagros y Dios los sostuvo enviándoles cada día la porción correspondiente de maná para su sustento. Pero ya habían entrado a la tierra que produciía leche y miel, frase esta que indicaba prosperidad y progreso, y ellos mismos se convertirían en los productores de su propio progreso y bendición. Había llegado el momento de producir ellos los milagros. Luego de esto, el Ángel del Señor se le presentó a Josué y lo introdujo a la nueva faceta de su gestión ministerial.

La transición llevó no solo a Josué como líder, sino a todo el pueblo que conducía, hacia la consagración y el enfoque y solo después se hizo posible la conquista de toda la tierra. Habían trascendido de una condición de esclavitud de sus antepasados, pasando por un proceso de peregrinación para finalmente convertirse en los conquistadores de la tierra y fundadores del primer estado judío. En necesario que transicionemos para consagrarnos y enfocarnos en el propósito divino.

CONCLUSIÓN

Vivimos tiempos de cambios. Cambios acelerados, vertiginosos, múltiples y simultáneos. El Todopoderoso se apresura a cumplir su Palabra y los efectos de este hecho están produciendo alteraciones, retos y cambios violentos en el país, en las familias y en nuestras vidas.

Es fundamental apercibirnos de esto y alinearnos con el Padre, a fin de no quedar rezagados en el camino. Necesario es transicionar. El cambio va iniciar un proceso de transición en nosotros, el cual debemos asimilar para ascender en los niveles que el proceso exige y poder alcanzar y pasar a la nueva dimensión. No habrá conquista si no hay transición, ya que esta hará posible que:

  • · Tengamos la investidura espiritual para el oficio (Números 11:24-30)

  • · Formará nuestro carácter (Números 13:8,16)

  • · Nos producirá la transferencia de unción y nos otorgará la autoridad delegada (Números 27:18-21)

  • · Nos matará el apego para romper con el pasado (Josué 1:1,2)

  • · Nos obliga a dar el “salto de fe”: “Pasar al otro lado” (Abar) Josué 3:1-7

  • · Nos conlleva a levantar al Padre en nuestras vidas para que lidere cualquier emprendimiento (3:5-15)

  • · Nos lleva a la consagración y al enfoque (5:1-10)

Solo cumpliendo con estos principios de Cambio y Transición, podremos Conquistar lo que el Padre ha determinado para nosotros.

Pastor: Wilman Ruiz

10/05/2019

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